martes, 18 de septiembre de 2007

El Fallo Positivo. (cuento)


Me senté frente a ella y juro que la vi de todo menos enferma. Su blanca palidez y esos rizos que siempre usó rojos, enmarcaban aquellos ojos azules, bellos y tristes.
- Y bueno, es lo que toca- me dijo con su voz segura y esa sonrisa eterna.
Bajé la vista buscando que la tierra viniese a socorrerme con una urgente respuesta, retornando lentamente y tan vacía al reencuentro con su mirada, que estaba allí, entera, fuerte, valerosa.
- Estás viva- dije mientras una sonsa lágrima acudió a salvarme de la idiotez que me dejó sin pensamientos, sin palabras.
Después me fui, caminando lento. Con el peso de aquella cruz sobre mis hombros entendí que no elegimos nuestro destino y que bendita sea la hora donde todo lo que reluce es oro, porque de hoy para mañana la historia puede dar un giro de ciento ochenta grados.
Nieves nació en un pueblo de campo, de esos donde se hornea el pan por las mañanas y el café con leche huele a café con leche, allí la lluvia se deja oír con truenos y el aroma del barro mojado supera a la más cara fragancia. Tuvo una familia normal, estudió, creció y también se enamoró.
Aquí me vuelvo a quedar muda y me salto varios capítulos, recordando sus palabras mientras yo me marchaba:
- Seguramente te servirá para escribir otro libro ¿no?
Pasaron los meses, no se si pude acomodar en algún lugar tanta tristeza, hasta que fui leyendo sus mails:
“Querida Amanda,
Mientras el mundo ha decidido ponerme una etiqueta yo sigo viva, deseando despertarme para sentir de nuevo esa lluvia, que caerá sobre mi rostro mientras me bebo cada gota, sintiendo y reconociendo la importancia de este cuerpo mío, que alberga mi alma, donde habito en una soledad perfecta. Aquí nadie me lastima, nadie me niega un abrazo, nadie me observa como a un extraño, nadie me evita e imagino que los ángeles me mesen en su cuna de seda.
Me preocupa la humanidad, ¿qué les ha hecho pensar que mañana seguirán vivos?
Maldigo la hora donde tuve la idea de compartir mi desdicha con los míos, ahora para ellos yo soy como las tormentas, siempre están esperando que calme. Sin embargo aquí estoy, observándolos desde algún lugar donde me siento más poderosa que antes, habiendo aprendido la importancia de cada trocito de aire que ingresa por mis fosas nasales, de cada palabra, de cada gesto, de cada mirada. Ellos esperan que decaiga pero yo continúo de pie, como un roble, en eso me parezco a mi madre y bendigo la hora de haber heredado algo de ella, después de haberme enfadado una y mil veces porque me bautizó con su nombre.
¿Qué le pasa a la gente, mi querida Amanda? ¿Tan limpios están que me apartan temiendo que mi cuerpo indefenso los contamine?
Con amor.
Nieves.”
Mi respuesta fue tan imbécil que hasta hoy me avergüenzo, una hoja en blanco hubiese valido más que mil palabras, porque ella es pura, inmensa y benditamente pura. Así transcurrió un año, desde aquél día cuando esa niña decidió confiar en quien decía amarla y a los pies del avión, antes de su partida, puso la gota macabra como sello de despedida: “Tengo sida, hazte los análisis”
No puedo ni deseo imaginar aquel viaje de regreso, con sus veinte años recién cumplidos y las quince horas de vuelo que la separaban de su tierra, Dios… ¿cómo habrá podido?
Acompañé su tristeza con mi idiotez hasta ayer, donde recibí su último mail:
“Querida Amanda,
Qué irónica y perfecta es la vida, si tengo una segunda oportunidad, deseo solo una cosa: tener las neuronas de la Señora Vida.
Hace algunos meses me contacté con un grupo de personas marginados por su situación de seropositivos, ellos sostienen que todo está dentro de la mente y que podemos luchar con nuestra voluntad para erradicar todo lo que vino hacia nosotros y deseamos alejar, incluyendo las enfermedades. Ya conoces mi visión paralela acerca de la filosofía de vida normal y corriente, así que rápidamente comencé a poner en práctica todo lo que me fueron enviando por mail y hasta participé en varias ocasiones de grupos de autoayuda y las últimas pruebas dan que el virus se ha marchado de mi cuerpo. ¿Entiendes? Ya no estoy más en las puertas del sida.
Quizás te preguntes por qué no estoy eufórica, pero me puse a pensar cómo harán los otros ahora, esos que decidieron marginarme, ésos que me negaron su abrazo, la seguridad social de mi país que me dio por muerta, como antes hacían con los enfermos de lepra, los amigos que se fueron por miedo a “contagiarse”, las oportunidades laborales que perdí por “no apta en salud”.
Llueve, muy fuerte, bendita lluvia que vino a sellar la tierra con todos los cuerpos que acabo de enterrar.
Y yo sigo viva.
Nieves.”
Patricia Silbert.
P.D. de la autora: Para tí...con mi eterno amor incondicional.